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Como quiero vivir el resto de mi vida, en Plenitud

Autor: Jessica Bermeo - Categoría: General - 7 min.

El verano no deja nada como antes. Este verano tuve la oportunidad de vivir un mes de misión, un mes completo en plenitud. Imagina despertar, ver el amanecer más hermoso que hayas visto, levantarte temprano para cocinar eso que más te gusta y degustar un delicioso desayuno; salir a realizar tus actividades del día lleno de energía, llegar rápido y sin contratiempos a tu destino, poner todo tu esfuerzo en los proyectos que tienes que hacer, encontrarte con gente que te agradece con todo lo que tiene -su corazón- lo que estás haciendo por ellos, divertirte con tus compañeros, regresar a casa viendo un atardecer igual de bello que el amanecer que viste más temprano, preparar la cena y disfrutarla en compañía de tu familia, platicar con ellos de lo que hicieron en sus días y hacer una oración juntos mientras ven las estrellas brillar más que nunca. ¿Hermoso, no? No tanto como el sentimiento de vivir eso todos los días, y saber que tu felicidad es tan grande, que ningún inconveniente te va a convencer de lo contrario.

 Hoy te comparto algo que escribí referente a uno de los días más hermosos que he vivido, y que viví precisamente en uno de estos días del mes de misión

Continúa el día con el partido final de la “Mayukwayukwa World Cup” y veo a Lerma feliz por hacer lo que ama, a Juan Luis disfrutando del partido con los chavos, a TJ emocionado porque nosotros estábamos ahí, y a la gente del público contenta de compartir tiempo con nosotros. Tony tomando fotos a cada persona e imaginado el alma detrás de cada una, Analu cediendo su comodidad para hacer feliz a unas niñas al dejar que le trenzaran el cabello, Mau compartiendo una buena plática con uno de los jóvenes, Clau jugando con los niños; todo mientras yo admiraba el cielo, lo bello que era aquel atardecer. Momento de felicidad absoluta. Momento de plenitud. Momento en que el amor abundó.

Eso es, para mí, vivir en plenitud. Levantarse cada día sabiéndose amado, tener la confianza de que todo va a estar bien, aun en situaciones que pareciera nos ahogan; hacer todo con el mayor amor que me sea posible. No se trata de estar alegres todo el tiempo, ni de estarse divirtiendo a cada momento, sino de ser conscientes de que a pesar de experimentar emociones que nos parezcan un tanto negativas, estas se ven tan opacadas por la tremenda felicidad que da saber que se vive con Dios, que llegan al punto de desvanecerse. Es más bien, como nos dice San Pablo en la carta a los filipenses, que estemos siempre alegres en el Señor[1], y es ese en el Señor, que hace la diferencia. Pues la alegría que nos traen nuestros propios éxitos, no se puede comparar con la alegría que inunda nuestros corazones cuando vivimos en intimidad con la Santísima Trinidad. Cuando admiramos a Dios Padre en toda la creación que nos rodea, y cuidamos de ella; cuando reconocemos a Cristo en nuestros hermanos – sean, o no, católicos- y los amamos como si fuera el mismo Jesús, cuando lo adoramos en la Eucaristía; cuando permitimos que el Espíritu Santo que habita en nosotros se muestre y se ofrezca a los demás, cuando explotamos y desarrollamos los dones que nos ha regalado y nos dejamos utilizar como instrumentos para llevar su Amor a cada rincón de la Tierra

¿Y qué es lo que nos lleva a tener esa plenitud?

Dios. Sólo Dios. Es el único que nos llena, y eso es la plenitud: vaciarse del mundo, de todo lo que nos hace daño, en otras palabras, despegarse del pecado, y llenarse de Dios, de Amor, de Verdad y de bondad. Es decir, actuar como verdaderos dignos hijos de Dios; así como Jesús nos lo pide “sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48), vivir así con el ejemplo que Él mismo nos dio cuando vino a la Tierra. Esa intimidad con la Santísima Trinidad de la que hablaba antes es la que nos va a ayudar a llenarnos de Amor; eso y tener una relación con nuestra Madre María, amarla, procurarla, recurrir a ella cuando estamos en necesidad y compartir nuestras alegrías con ella; así como tener siempre presente a los santos como ejemplo de que se puede vivir como Dios nos ha mandado hacerlo.

Pero como la plenitud es llenarse, primero se debe estar vacío

Ya te dije cómo nos podemos llenar, ahora quiero platicarte cómo y por qué debemos vaciarnos. Primero las razones; imagina que tu corazón es como una botella, y tu quieres llenar tu botella con agua (Dios), pero la botella tiene muchas piedritas y restos de tierra (pecado, las cosas mundanas[2]), puedes llenar la botella con agua así como esta, pero no te va a servir para tomarla porque se va ensuciar con la tierra y las piedras no permiten que este llena completamente de agua, por eso es necesario tirar las piedras y mientras la lavas irla llenando para que finalmente esté completamente llena de agua.

Así pasa con nuestro corazón, si queremos llenarnos de Dios necesitamos sustituir esas cosas que nos alejan de Él por otras que en cambio nos acerquen. Dedicar un poco más de nuestro tiempo a encontrarnos con Él; extender un poco más nuestro tiempo de oración; procurar ir a misa al menos una vez entre semana (o si ya lo haces, ir un día más de lo que acostumbras) y comulgar; leer la Biblia; ser más frecuentes con nuestro examen de conciencia y acudir a la reconciliación cada que sea necesario, sin excusas; hacer algo de trabajo voluntario; ayudar a la comunidad y procurar grupos y/o amigos que nos inspiren cada día a buscar ser mejores personas, mejores católicos.

Cuanto más tiempo pasemos haciendo lo que le agrada a Dios, menos tiempo pasaremos haciendo aquello que no le agrada, aunque tampoco se trata de vivir haciendo sólo esas cosas; a Dios le agrada que trabajemos duro en nuestras profesiones, le agrada que tengamos amigos y que respetemos a todos aunque no crean en Él – aún cuando puede ser que vivan en contra de sus mandamientos-, le agrada que salgamos a divertirnos como queramos, siempre y cuando no caigamos en las tentaciones, le agrada que seamos nosotros mismos.

¿Y porque querríamos vivir en plenitud?

Fácil, porque te aseguro que nada te traerá mayor felicidad que eso, porque para esto fuimos creados, para volver a Él.

El verano no deja nada como antes. ¡Gloria a Dios que pude vivir un mes en plenitud! Esto sólo me confirma, ¿por qué pasar sólo un mes, sólo una semana, sólo un retiro o sólo una hora santa en plenitud? No puedo permitir que este hermoso sentimiento sea tan efímero. Quiero vivir en plenitud el resto de mi vida, y voy a luchar por conseguirlo; claro, todo esto siempre, con la gracia de Dios.


[1] Filipenses 4, 4

[2] Hace referencia a algo que es del mundo. En el entorno católico, aquello que no es de Dios y que nos aleja de Él.

Publicado: 29/08/2018


Acerca del Autor

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Jessica Bermeo

Misionera desde el bautismo, formadora en DIEC Juvenil.

Me enamoré de El Amor


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