¿Qué me quieres decir hoy?
Hace unos años pasé por un desequilibrio emocional muy fuerte,
hubieron muchos cambios en mi vida que no me esperaba y todo lo que alguna vez
me pareció bueno y seguro se esfumó de repente. Lo que sucedió me tomó
desprevenida y causó un caos en muchos aspectos. No fue para nada fácil, ni
rápido volver a la “normalidad” (que nunca volvió a ser como era, lo cual es
muy bueno).
Para recuperarme necesité aceptar y reconocer muchas cosas, empezando
por estas tres como las más importantes: 1) Había un desorden de prioridades en
mi vida y fue por eso que los cambios destruyeron toda mi identidad. (Dios no
estaba en el primer lugar) 2) No podía recuperarme, ni reordenar mis
prioridades yo sola (estaba 100% necesitada de Dios) y por último 3) Debía de
aprender a confiar aún sin entender (sobreponer la voluntad de Dios a la mía).
Así, teniendo estas 3 cosas en mente y relacionándolas una con otra,
fui pidiéndole a Dios que me ayudara a redescubrir su voluntad en mi vida, que
me ayudara a aceptarla y a renunciar a mis propios planes, ya que todo lo que
yo había planeado para mí misma se me había ido de las manos, se me había
borrado en un abrir y cerrar de ojos y ante
este “borrón y cuenta nueva” que había sido en contra de mi voluntad, me
invadía un gran miedo e incertidumbre sobre mi futuro y esto me afectaba en
todos los aspectos de mi vida.
Lo primero que empecé a “atender” fue mi vida espiritual porque
sabía que de ahí se derivaba todo lo demás. Intentaba, de verdad, apagar todas
las voces a mi alrededor para poder escuchar solamente la de Dios. Le pedía de
corazón que me hablara, pero sobre todo que me dejara escucharlo.
Poco después de los días más difíciles por los que pasé, estando
en la playa y viendo el mar, (porque irónicamente estaba de vacaciones con mi
familia) le dije a Dios en oración, “a ver, Señor, ¿qué me tienes que decir
hoy?” así de simple, y pues nada. No escuché nada, no sentí nada, sólo seguí
viendo al mar… Entonces, sin nada más que hacer, empecé a observar con
detenimiento a las personas que estaban dentro del mar, familias, parejas y después
vi a un señor con un bebé en brazos de aproximadamente 5 meses de nacido. El
mar estaba bastante tranquilo, nada de olas, como una alberca. La imagen era
bastante conmovedora porque el señor estaba cargando a su bebe y éste estaba
dormidito en su hombro totalmente abandonado en sus brazos, no sé cómo explicar
la escena, pero el bebé se veía totalmente despreocupado de lo que pasaba a su
alrededor, de la marea, de los peces, del fuerte sol, de las demás personas en
el mar, despreocupado en verdad de todo, y el papá lo abrazaba y le echaba
agüita en la espalda y lo acariciaba y haz de cuenta que yo quería ser ese
bebé.
En ese preciso momento en el que dije “quisiera ser ese bebé”
inmediatamente relacioné esa escena con el amor que Dios nos tiene a nosotros y
con el amor que quiere que tengamos nosotros para con Él, ese amor que echa
fuera el miedo y que confía, así tal cual, dormidos mientras Él nos abraza, nos
cuida y nos “echa agüita en la espalda”. Me hizo sentir bien feliz ésta escena
e imaginarme que soy ese bebé en los brazos del Padre, en medio del mar,
despreocupados de lo que pasa al rededor.
Eso no fue todo, después, vi a una señora que estaba intentando
llevar a su hijo de aproximadamente 2 años al mar y el niño estaba aterrado,
gritaba y se quejaba, lloraba y le soltaba la mano a la mamá una y otra vez. La
mamá no le decía nada sólo le volvía a agarrar la mano y lo llevaba al mar,
esto se repitió hasta que llegaron al mar y casi que a la fuerza se fue
metiendo poco a poco. Entre más lloraba el niño yo sólo pensaba, “niño, déjate
llevar, el mar es genial y lo vas a disfrutar, sólo que aún no lo sabes, confía
en tu mamá, obviamente ella no te va a llevar a un lugar en donde vas a sufrir”
y ya quería que llegara el momento en el que estuviera completamente dentro del
mar y verlo jugar con el agua bien feliz y yo decir “te lo dije niño”. Dicho y
hecho, una vez dentro el niño se tranquilizó, comenzó a reír y a jugar.
Entonces comencé a pensar que irónicamente así pasa siempre en
nuestras vidas, o al menos en la mía. Me sentí como ese bebé de 2 años que no
confía, que tiene miedo, que no sabe a dónde se va a meter y que le quita y le
quita la mano a su mamá y no quiere ir a donde lo están llevando. A veces sólo
tenemos que dejarnos llevar al mar, dejarnos llevar a donde sea que Dios quiera
que vayamos, y confiar. Confiar en que nos va a llevar siempre a un lugar mejor
y genial en donde va a estar Él ahí para abrazarnos y para hacernos sentir
completamente amados y despreocupados. Así tengamos miedo porque es un lugar
desconocido diferente al que pensamos e imaginamos, hay que confiar, hay que
caminar, hay que dejarnos llevar a Dios de la mano de nuestra madre María.
Sé que no es fácil, que hace falta mucha fe, y claro, mucho
llanto y mucho “soltarnos de la mano”, que es un proceso, es por eso que el
primer paso es pedirle a Dios que sea Él mismo el que nos ayude a levantar la
mano con confianza para que nos lleven al mar, aunque sea a la fuerte marea,
pero si ahí está Él, mientras nos tenga cargados y abrazados, que así sea. Y
por supuesto, pidámosle también a nuestra madre María su incansable y constante
intercesión amorosa con la cual nos guiará por el mejor camino hacia el mar.
Al final, si nos quedamos mucho rato en la arena hay de dos, o
nos quemamos los pies porque está muy caliente o nos vamos a ir enterrando y
será más difícil salir.
Y pues ya, total Dios sí me quería decir algo ese día y se los
comparto porque aunque fue algo simple pero al mismo tiempo revelador sobre el
amor de Dios y sus planes para nosotros.
Gloria a Dios, siempre.