En espíritu y en verdad
“Sí, Yahvé. Busco tu rostro:
no me ocultes tu rostro.
no rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio.
no me abandones, no me dejes,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
Yahvé me recogerá.”
Muchos laicos tenemos, gracias al apostolado de los sacerdotes a través de las redes sociales, la oportunidad de seguir presenciando la santa Eucaristía. A parte de esas celebraciones hemos querido agregar otras actividades como un rosario en familia y por supuesto, algunas otras actividades más adecuadas a nuestros intereses como tocar instrumentos, cocinar, volver a hablar aunque sea por teléfono o video llamada con quienes habremos podido distanciarnos en un momento de nuestras vidas.
Pero acabando de dedicar el tiempo que hemos creído pertinente a cada una de estas actividades, probablemente hayamos sentido después aquella pregunta tan incómoda, pero de la que han nacido grandes obras: y ahora, ¿qué hago?
Hoy quiero compartirles un acto de piedad que nos compete como miembros de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, al cual se nos invita a que podamos llevarlo a cabo a lo largo de nuestro día: el rezo del oficio divino o liturgia de las horas.
¿Qué es?
La palabra liturgia proviene del griego λειτουργία (leitourguía), con el significado de «servicio público», y que literalmente significa «obra del pueblo»; compuesto por λάος (láos) que significa pueblo, y έργον (érgon) que significa trabajo, obra. Con este término, los primeros cristianos se referían al único sacrificio de Cristo.
Ahora bien, al hablar sobre la liturgia de las horas nos referimos a todas aquellas obras del pueblo hechas en el conjunto de alabanzas, salmos, antífonas, himnos, oraciones, lecturas bíblicas, y otras, que la Iglesia ha organizado para que sean rezadas a determinadas horas de nuestro día.
El catecismo nos dice que los fieles que celebran la Liturgia de las Horas se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos, la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo sobre el mundo entero. (CEC #1196).
¿Cómo se reza?
Por una parte, la Sagrada Escritura, nos invita a orar sin cesar:
Siete veces al día te alabo por tus justos juicios (Salmo 119, versículo 164).
Jesús les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer (Lucas 18,1)
San Pablo enseña a vivir perseverantes en la oración (Romanos 12,12)
Los Hechos de los Apóstoles presenta el testimonio de los primeros cristianos diciendo que todos ellos perseveraban en la oración (Hechos 1,14).
Oramos sin cesar durante las horas canónicas en que está dividido el oficio:
Laudes, que significa "alabanzas". Es, con las vísperas, una de las horas principales.
Las horas menores, conocidas cada una como:
Tercia: tercera hora después de salir el sol, aprox. 9AM
Sexta: sexta hora, aprox. 12PM
Nona: novena hora, aprox. 3PM
Vísperas, que significa tarde y se reza cerca de las 6PM.
Completas, que son las oraciones del oficio divino al acostarse.
Y el Oficio de las lecturas; aunque en sí mismo no tiene una hora específica para rezarlo.
En el mejor de los casos se puede rezar por coros para reunir a los fieles para la alabanza, donde se van intercalando las intervenciones de cada grupo en la proclamación de los salmos párrafo por párrafo. Aunque también queda a criterio de cada fiel si prefiere hacerlo de manera particular, en la medida de sus posibilidades y de las circunstancias que lo rodean.
Desde mi experiencia.
Conocí este acto de piedad en el año 2014, íbamos a rezar las vísperas de la celebración de Nuestra Señora de los Dolores con unos seminaristas. A decir verdad, por un momento quedé bastante impresionado porque las escuché todas en latín. Más adelante, en atención a los que no dominábamos ese idioma, nos proporcionaron textos traducidos, y así podíamos seguir un poco mejor la oración de la Iglesia.
Posteriormente fui perdiendo el contacto con ellos pero me quedó una inquietud de seguir buscando por mi cuenta esos espacios en el día para dirigir mi alabanza a Dios. Desde el 2017 he procurado abarcarlo en la medida de mis posibilidades a lo largo del día. Aunque por cuestiones de trabajo y estudios me he propuesto a rezar en las horas de más importancia.
Hace poco terminé de vivir mi experiencia con misiones urbanas del DIEC y durante la Semana Santa tuve la idea, gracias a Dios, de proponerle a mi formadora que, junto con la fraternidad (los misioneros con quienes conviví de manera más cercana), la pudiéramos razar. Rezamos el oficio de lecturas, con los salmos y meditamos sobre la palabra de Dios en un texto bíblico y una enseñanza de la Iglesia sobre la celebración, a través de otras fuentes reconocidas, como textos de santos, doctores de la iglesia, u otros autores reconocidos como inspirados y cuya enseñanza es fiel a la de la Iglesia.
Desde que ha quedado restringido el culto público gracias a la emergencia sanitaria por motivo del COVID, vi que fue bastante providente que se nos diera el aviso de estas medidas alrededor del 3er domingo de cuaresma, donde meditamos el pasaje de la samaritana. Hay un momento en el diálogo que sostiene el maestro con ella, sobre la adoración. Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.»"
Es sin duda un gran reto adaptarnos a la circunstancia actual de tener que rezar desde casa, pero de esta privación que ahora sufrimos veremos cómo despierta en nosotros un auténtico espíritu de piedad; en donde ejercitaremos a nuestra alma a no depender del lugar, sino de nuestros deseos profundos del corazón para buscar ser adoradores en espíritu y en verdad, de tal manera que volvamos a los templos, una vez acabada esta contingencia, con un fervor que valore encontrarse siempre, personal y comunitariamente, con Dios.
Creo que poder compartir con mis hermanos en la fe, el beneficio personal que me ha traído el rezo del oficio divino para enriquecer mi espíritu, tomando un alimento desde la palabra de Dios, me ha hecho desear que puedan también participar, para que resuene la alabanza unánime que desde la tierra unimos con la Jerusalén Celestial: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir… Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Apocalipsis 4, 8b; 11).
Que el Dios de la vida que ha resucitado a su Hijo Jesucristo, rompiendo las ataduras de la muerte, esté siempre con todos ustedes.