En el corazón de María
Para mí, este verano fue una montaña rusa emocional y espiritual. Por un lado, la intensidad de emociones y sentimientos: ansiedad, tristeza, desesperación, frustración, por otro lado, amor, alegría, paz, tranquilidad, cariño. Intimidad con Dios, confianza, desconfianza, consolación y desolación, desesperanza y esperanza, oscuridad, y luz. En fin… un desierto. Un desierto en el que pude experimentar de todo, en que tuve que renunciar a todo, en que Dios me forzó y a la vez me sedujo a entrar… Un desierto de encuentro conmigo misma y con Dios, de sanación, de crecimiento y de intimidad.
“Por eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su corazón” Oseas 2,16
Seguramente has pasado en algún momento por algo así… Hoy te contaré un poquito de lo que Dios ha hecho en mí y me ha enseñado en estos últimos 4 meses. No suelo compartir cosas tan personales, pero en este caso creo y espero que pueda ayudar a alguno en su propio desierto o en su propio camino actual. Rezo por ti, que lees esto, que te dejes encontrar, que seas dócil y que el Espíritu Santo hable directo a tu corazón en lo que necesitas, si así Él lo desea.
Todo empieza en mi blog pasado “Cuando la respuesta es confiar”. Sip, justo cuando escribí eso, mi corazón estaba inquieto, buscaba respuestas, y las empezaba a tener, pero eran difíciles de aceptar (si no lo has leído, te recomiendo que lo hagas 😉, y digo no es porque yo lo haya escrito, pero puede complementar lo que hoy te compartiré).
Volviendo a la historia, para ese punto ya estaba en el desierto, hundida en mis pensamientos y sentimientos, sin saber qué hacer. Ahí Dios salió a mi encuentro, repitiendo una y otra vez su respuesta: confía. ¡Qué difícil, Señor, qué difícil petición! Y más, cuando caes un poco en el control y perfeccionismo como yo…
Poco a poco, el Señor, en su infinito amor, me fue revelando que el deseo de mi corazón era válido e importante. En ese momento yo necesitaba saberme amada por Él, saberme valiosa, suficiente, yo deseaba tener serenidad en mi corazón, certeza de hacer su voluntad, yo deseaba amar de verdad y con todo mi corazón, yo anhelaba esa intimidad con Él, y sobre todo, yo necesitaba sanar, y deseaba ser la mujer que Él ha soñado que yo sea. Y Él sólo me pedía confiar. Pero cuán débil me sentía, tan incapaz, insuficiente y a la vez demasiado.
En medio del caos que había en mi corazón, Dios me miró con amor. En ese desierto, en el que Jesús quería hablar directo a mi corazón, conquistarme de nuevo, sanarme y transformarme, yo necesitaba una guía, un modelo, un refugio seguro.
La respuesta, camino y solución fue: “Mira a la estrella, mira a la Virgen”, la mejor guía, modelo, Madre, amiga, intercesora. María, “el camino más fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios.” (San José María Grignion de Montfort)
El Inmaculado Corazón de María me cautivó y enamoró por completo el alma, de nuevo (por que ya la tenía olvidada), y poco a poco. En ella encontré descanso, apoyo, serenidad, amor y un ejemplo a seguir.
Cómo no te puede cautivar un corazón así… tan bello, puro, humilde, sencillo, dulce, abierto, entregado, un corazón con un amor tan maduro: completo, total, libre, fiel, fecundísimo. Toda bella eres María, y así me sentía llamada a ser, una mujer así, que sepa amar de verdad, que sea cautivante, que se done sinceramente a los demás, que tenga serenidad en su corazón porque puede descansar en Dios, pero me faltaba tanto.
Dios me fue llevando a enamorarme de María y a querer entregarle nuevamente mi corazón y mi vida, y en ella a Él. A descansar en su corazón, a dejarla a ella moldear mi corazón con sus manos puras y suaves, dulces y tiernas. Pero ¿cómo se hace eso? Yo tampoco sabía al inicio, pero definitivamente ese deseo sincero de ser sanada y moldeada, Dios lo toma, María lo toma, y con sólo pedirlo, con sólo tener el deseo sincero de entregarle todo, es suficiente.
¿Qué me enseñó María?
1. Abandono
Dios sólo necesita un corazón dispuesto, desprendido, receptivo. A mí me costaba mucho entender que sólo debía confiar. ¿Qué más tengo que hacer?
Si algo he aprendido en estos meses es que confiar es un acto de abandonarse constantemente en los brazos amorosos de Dios, dejándole a Él todo lo que te preocupa o inquieta, para que Él se ocupe. Confiar es difícil, implica muuucha humildad, desprendernos de nosotros mismos, y saber que sin Él no podemos nada.
Y sobre todo, requiere de creer en que somos amados por Él. María se sabía amadísima por Dios, y en eso descansaba su entera confianza y receptividad a Él y a su voluntad. Si Él me ama más que incluso yo misma, puedo confiar en que su voluntad y su plan es lo mejor para mi, y que Él me ayudará en todo el proceso. Dios quiere sanar mi corazón (y el tuyo) con su amor y sólo me pedía mi corazón abierto y receptivo a su amor, para llenarme de él y de su paz, y para eso necesitaba soltar todo, y agarrarme de Él… y de María.
2. Vivir el momento presente
María me enseñó que sí se puede vivir el momento presente. Nosotros vivimos apresurados, queremos ya todas las respuestas, ya tener paz, ya saber qué hacer, y a veces también nos sordeamos, no hacemos nada. Vivir el momento presente es esencial para la santidad, para sanar, para crecer. Debemos aprender a esperar, a confiar que Él está actuando, que está de nuestro lado. Creer que Él nos mostrará cuál es el siguiente paso a tomar, siempre, porque Él solo nos pide vivir hoy, un momento a la vez, confiando a Él todo lo demás, pasado y futuro.
Sólo en el momento presente se encuentra la voluntad de Dios, porque este instante es lo único que tenemos de vida. Y Dios nos da, en cada instante, la gracia actual para actuar de acuerdo a su voluntad en ese momento específico. Sólo necesitamos estar atentos a sus inspiraciones y ser dóciles a ellas.
María nos enseña con su ejemplo, y mediante su intercesión, a desprendernos de nosotros mismos, de nuestros planes, nuestra soberbia, para querer hacer la voluntad de Dios, para disponernos a amar, a ser dóciles al Espíritu Santo, en cada momento. En este instante.
3. Constancia en la oración
Confirmé y reconfirmé el poder enorme de la oración. En verdad que hay cosas, muuuchas cosas, que sólo se pueden lograr en oración, de verdad. En oración constante, porque la lucha contra la tentación y los pensamientos negativos, la desesperanza, etc, es fuerte. Lo que yo repetía tal cual era: Jesús quiero confiar en ti, ayúdame a confiar, quiero soltar esto y dejarlo en tus manos, María ayúdame, María quiero amar como tú, ayúdame a aceptar, y a vivir este momento presente (como 50 veces al día). Disposición, apertura.
En la oración mi corazón fue sanado y se fue transformando. Sí, sí hay que trabajar nosotros, poner nuestro esfuerzo, trabajar en nosotros mismos, renunciar a nuestro egoísmo, buscar ayuda si la necesitamos (guía espiritual, terapia psicológica, buenos amigos que te acompañen, yo recurrí a todas), pero sobre todo, se trata de dejarlo a Él actuar, de querer dejarlo, de ser dócil, por eso el abandono es el primer punto. Y cuando nos abrimos, cuando oramos, cuando nos escondemos en el Corazón de María, realmente Él obra, realmente nuestra oración da frutos, nuestro corazón es sanado y transformado.
Háblale a María, cuéntale lo que tienes en tu corazón. Reza el Rosario, no sólo es un arma poderosa, sino que también es un medio por el cual ella obra en silencio en nosotros y en lo que nos preocupa. Acompáñala y déjate acompañar por ella. Así, tal cual. Con amor y disposición, ella hará el resto. Confía que así será y te aseguró que después de un tiempo verás los frutos.
Finalmente, te quiero decir que con el tiempo, después de la desesperación, de luchar, de esperar, de orar, y de pedir ayuda, en ese desierto pude ver la mano de Dios, suave, amorosa, obrando en mi corazón… Si bien la obra de Dios en mí no ha terminado, con su gracia, definitivamente sé que cada vez soy más plenamente yo, esa mujer que Dios quiere que sea.
Para que Dios sanara mi corazón, para poder madurar como mujer, para yo poder confiar en Él, saberme y creerme valiosa como hija amada suya, y para que yo pudiera amar, el camino fue y es María. Creétela, ella te ama, ábrele tu corazón, no tengas miedo.
La Inmaculada nunca, nunca, nunca falla.