El Bautismo de la Rutina
Sabemos que estamos viviendo un momento complicado en todo el mundo, un momento de desesperación, crisis y desesperanza. El mundo está herido y nadie conoce una solución, algunos buscamos una manera para hacer este tiempo de espera más agradable, otros intentamos apagar el ruido de su cabeza y corazón, otros refugiamos nuestras emociones en los lugares incorrectos y otros simplemente no sabemos qué hacer.
Antes de toda esta problemática del virus, nos encontrábamos viviendo una realidad individualista en donde el mundo no dejaba de girar, no existía un descanso, cada quien en su propia rutina, sin darnos cuenta que nos sumergíamos en nuestros propios problemas sin importar lo que pasara en la vida del hermano. Nos llegamos a olvidar de todo aquél que sufre y no cuenta con nuestros mismos privilegios. Pero en esta desgracia se puede encontrar algo bueno: este virus vino a recordarnos que somos humanos y que somos frágiles, que no somos lo que aparentamos ser y que nuestras actividades no nos definen, si no que lo que nos define es que somos hijos de Dios, y que somos creación a imagen y semejanza suya.
Estos días han significado un momento crítico para la vida de todos. Tal vez algunos de nosotros pudiéramos recordar las precauciones sanitarias vividas por la influenza A-H1N1, mientras que otros recordarán la crisis económica vivida en 2009, o hasta en 1994 con la devaluación de la moneda. Sin embargo, pocos hemos tenido la oportunidad de vivir una época en donde una contingencia sanitaria, seguida de una crisis económica, se puedan vivir en el mismo año. Indudablemente, permanecer en casa durante más de dos meses no estaba en los planes de nadie y esto se pudiera ver de dos formas: ya sea como una desgracia que ha pasado arrasando por todo el mundo, dejando un trazo de desesperación y tristeza a su paso, o bien, como una oportunidad para echar un vistazo dentro de las diferentes dimensiones de nuestra vida que posiblemente por la prisa del día a día ignorábamos o dábamos por hecho. Es por esto que este periodo se ha vuelto la excusa perfecta para que nos tomemos el tiempo de tomar un respiro y voltear a ver aquellos aspectos de nuestra vida que necesitaban urgentemente ser vistos. Algunos podremos traducirlo en una oportunidad de recuperar o fortalecer las relaciones familiares; otros podremos reconocerlo en la realidad de los hábitos que predominan en nuestra vida; a algunos otros se nos pasarán de noche estos meses, sin haber trabajado ni un pensamiento al respecto; mientras que otros tal vez nos encontraremos con la realidad de que ni el trabajo, ni la salud, ni nuestros seres queridos son para siempre.
Aquí la pregunta que debería de resaltar en todos nosotros es si este acontecimiento que estamos viviendo nos está acercando o nos está alejando de lo que es verdaderamente importante. Si al permanecer tanto tiempo en nuestras casas, nuestra mirada se dirige a los ojos de nuestros familiares o si se encuentra secuestrada por las pequeñas pantallas de nuestros smartphones, olvidándonos de que detrás de cada persona hay un Dios amoroso que está a la espera de nuestro encuentro.
Durante los últimos años, nuestras relaciones interpersonales se estaban mudando cada vez más hacia los medios electrónicos, de modo que reír con un amigo podía sustituirse fácilmente por compartir memes en Facebook, o que nuestra manera de pedir un consejo o de expresar nuestros sentimientos del día se estaba trasladando a publicarlo en Twitter en lugar de abrir nuestro corazón con la gente cercana a nosotros y trabajar en forjar relaciones más sólidas. Y ahora que no tenemos otra alternativa mas que permanecer en nuestros hogares encerrados y aislados, llevando a cabo todas nuestras actividades por medio de una pantalla, ¿qué significa el poder mirar a los ojos a tus amigos en una salida cualquiera? ¿Qué valor tiene el poner atención en las clases y ver a tus profesores, o visitar a algún familiar o amigo, ahora que casi todo necesariamente es virtual? Te invito a que te pongas a pensar un poco en los días antes de que esta situación existiera. Piensa en tu rutina, recuerda tus horarios y actividades, piensa sobre las actitudes que tenías durante cada una de estas. Ahora pregúntate, ¿apreciabas el ir a la escuela o al trabajo de forma presencial? ¿Le dabas el merecido valor a los abrazos de las personas que quieres? ¿Cada cuánto te tomabas el tiempo de convivir con tu familia? ¿Los incluías en tu vida? ¿Cuántas veces al día platicabas con Dios?
Es momento de reaccionar y darnos cuenta que podemos utilizar este tiempo de quedarnos en nuestras casas para apreciar cada una de las cosas que dábamos por sentado, de apoyar a los que lo necesitan ya sea por medio de una oración, donativo, mensaje de esperanza o la manera en la que lo podamos realizar. Es momento de abrir nuestros ojos al mundo y abrazar con el corazón a nuestros seres queridos, a todas esas personas que pensamos que tenemos aseguradas y decirles lo mucho que nos importan. Es ahora en donde tenemos que apreciar la naturaleza, esos regalos que Dios nos da día con día pero en nuestra rutina no siempre nos damos el tiempo de notar. Es tiempo de que incrementemos nuestra relación con nuestra familia y les dediquemos el tiempo necesario. Debemos de aprovechar estos momentos para acercarnos a Dios y podamos mejorar nuestra relación con Él, que podamos perfeccionar nuestra vida espiritual, que aprovechemos el “tiempo libre” para orar, para dar gracias, para conocer un poco más de las Escrituras y que podamos salir revestidos de Dios porque el mundo lo necesita más que nunca. Debemos de usar este tiempo de cuarentena y esta Semana Santa que acabamos de vivir para que sea un antes y un después en nuestra vida. Que no volvamos a dar algo por hecho.
Como católicos, hemos sufrido de una forma distinta, ya que todo lo estamos viviendo de una manera virtual, las misas no se viven con la misma intensidad, no podemos contar con una comunión sacramental, las Horas Santas son a través de una pantalla, nuestras actividades en los distintos grupos no son las mismas a las que estábamos acostumbrados y es por esto que debemos de regresar de una manera distinta. Pidámosle a Dios que esto nos sirva para apreciar los Sacramentos, cada Hora Santa, cada vez que tenemos la oportunidad de estar frente a Él. Debemos de salir de esta situación más fuertes espiritualmente, valorando los pequeños detalles y la libertad en la que vivimos, debemos de reforzar nuestra fe y salir como mejores católicos dando amor a todo aquel que lo necesite, sirviendo a los otros como Jesús nos invita. Que esto nos sirva de experiencia para que nos demos cuenta de que la Iglesia sigue viva, que nada nos detiene, porque si nuestro motor es Cristo, nada nos apagará. Es en tiempos de mayor oscuridad donde nacen los más grandes santos, y no hay duda alguna de que en estos momentos Dios alza la voz a sus hijos para que, atentos a ella, abran su corazón al llamado urgente de regresar a los brazos del Padre.