¡Cristo ha resucitado! ¿Y ahora qué?
Acabamos
de empezar el tiempo de Pascua, tiempo en el cual celebramos que Cristo nos
liberó del pecado, nos salvó de la muerte eterna y además abrió las puertas del
cielo, ofreciéndonos la vida eterna, vida para siempre junto a Él. Celebramos
que es un Dios vivo, no muerto.
Es
muy hermoso pensar en el gran amor que Dios nos tiene, que mandó a su único
hijo para salvarnos de las consecuencias del pecado porque por nuestras propias
fuerzas somos incapaces. No éramos merecedores de nada bueno y aun así nos dió
la gracia más grande.
De
hecho, la Pascua es la fiesta mayor para la Iglesia Católica, aún más que
Navidad. Esto es porque la resurrección de Jesús es un suceso en el cual radica
toda nuestra fe, como dice San Pablo “Y
si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de
ustedes.” 1 Corintios 15, 14, pues era la promesa de Dios, parte crucial de
su plan de salvación. Además, si nuestro fin es llegar a estar con Dios en su
reino, entonces claro que nuestra mayor alegría es saber que realmente podemos
hacerlo, todo gracias a que Jesús resucitó.
Y todo esto puede
sonar muy romántico, pero es necesario acogerlo a nuestra vida. No podemos
quedarnos nada más con el sentimiento bonito de que ‘Jesús me ama y murió por
mí’, sino que debe generar algo en nosotros realmente.
¡Cristo está Vivo, ha
resucitado! ¿Ahora qué, qué me toca
hacer a mí?
Yo pienso que lo que
nos toca hacer a nosotros es nuestra parte de la alianza. Cristo ya hizo la
suya. Bien sabemos que la resurrección de Jesús hace posible nuestra salvación,
pero nosotros debemos vivir por alcanzarla. Nuevamente nuestro hermano Pablo en
su carta a los Filipenses nos comparte sobre la carrera del cristiano:
.
...Olvidándome
del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta,
para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo
Jesús.
Filipenses
3, 13b-14
Claramente la meta es
el cielo, y debería ser anhelo de todo católico llegar a él. Pablo aquí nos
invita a perseguir esa meta, a que toda nuestra vida sea un camino hacia el
cielo: El camino es la santidad. En la
cuaresma estuvimos esforzándonos árduamente en lograr esto con los sacrificios,
obras de caridad y oración: no aflojemos, sino perseveremos. Estos elementos
son esenciales en nuestra santificación, y esto aplica siempre en nuestra vida.
Perseveremos en la oración, en las obras de caridad, en la transformación del
corazón. Trabajemos por ser santos.
Precisamente San
Pablo en su carta a los Colosenses nos comparte que:
“Él los ha reconciliado en el
cuerpo carnal de su Hijo, entregándolo a la muerte a fin de que ustedes
pudieran presentarse delante de él como una ofrenda santa, inmaculada e
irreprochable.”
Colosenses 1, 22
Es decir que Jesús
muere y resucita de modo que podamos presentarnos al Padre limpios, una ofrenda
agradable, pero esa es la parte que nos toca, trabajar en ello.
El autor Mathew Kelly
en su libro “Redescubre el catolicismo”, relaciona el ser santo con ser la
mejor versión de ti mismo. Esto tiene mucho sentido, porque si hacemos aquello
para lo que fuimos creados, si cumplimos la voluntad de Dios, si vivimos
amando, si estamos en constante mejora y crecimiento, entonces seremos nuestra
mejor versión.
Cristo, al venir, nos
dejó muchísimas cosas pero mencionaré dos que creo son esenciales en nuestra
perseverancia:
1.
El mandamiento del amor: Amémonos
unos a otros como él nos ha amado. Estamos llamados al amor. San Pablo en su
carta a los Colosenses 3, 12-17 nos presenta esta exhortación al amor y lo
desglosa muy bien, te comparto los versículos 12-15:
“Como
elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda
compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia.
Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien
tenga motivo de queja contra el otro. El señor los ha perdonado: hagan ustedes
lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.”
Poner
esto en práctica nos ayudará a convertirnos cada vez más en la mejor versión de
nosotros mismos.
2.
La Eucaristía: Nada nutre más el
alma que el mismo Jesús Sacramentado. Busca recibirlo más seguido que solo los
domingos. Realmente es una bendición tener el acceso a Él todos los días y
muchas veces desaprovechamos la oportunidad.
Bien dice Jesús: “El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.” Juan
6, 54 y 55.
Creo que en este
tiempo de Pascua Dios nos llama a reflexionar dos cosas: 1. ¿Cuál es mi meta en
esta vida? Y 2. ¿Qué estoy haciendo por alcanzarla?
En junta de DIEC U
esta semana veíamos la unción del Rey David y específicamente nos llamó mucho
la atención el siguiente versículo:
“Dios no mira como mira el
hombre, porque el hombre ve las apariencias pero Dios ve el corazón”
1 Samuel 16, 7b
Si queremos ser
agradables a Dios entonces debemos entonces trabajar en nuestro corazón. En la
reflexión de la junta nos dimos cuenta que solemos dedicarle mucho tiempo a
nuestra apariencia exterior, para vernos bien ante los demás Pero, ¿cuánto le
dedicamos a la apariencia de nuestro corazón, de nuestro interior, para agradar
a Dios? Si eso es lo verdaderamente importante, ¿por qué no invertimos en él
como en nuestra apariencia exterior? Es algo que te invito a reflexionar, ¿cómo
estás tú? Y cuestionar ¿qué debo cambiar?. Dios mira el corazón, trabaja en tu
corazón, y eso se reflejará en tu vida exterior.
Hermanos, no me queda
más que decir que: ¡Yo quiero llegar al cielo! Espero que tú también y recuerda
que estamos juntos en esto, que tenemos a nuestros hermanos católicos para
apoyarnos.
Que la alegría de la
Resurrección de Cristo sea para ti fuente de motivación para correr toda la
vida hacia Él, para ser la mejor versión de ti mismo y alcanzar la salvación.
Recuerda que Dios te ama y quiere tu plenitud, y con Él lo serás por la
eternidad.
¡Dios los bendiga!