¿Cómo está mi relación con la Santísima Trinidad?
Recientemente me he encontrado en un momento de mi vida donde añoro etapas pasadas en las que me sentía plenamente feliz. No sé si sea algo que le sucede a todo mundo, pero al menos a mí sí, que hay ocasiones donde sientes que has avanzado mucho en tu vida, y te detienes a pensar ¿hacia dónde voy? ¿es este el camino que siempre quise, es el mejor, o será lo que pude conseguir con el menor esfuerzo, lo más cómodo?
Así como nos hacemos este tipo de preguntas sobre nuestra vida, nuestra profesión, nuestra carrera, nuestras relaciones, nuestra misión, o nuestra vocación, es necesario que hagamos esta misma pregunta pensando en nuestra vida espiritual, en nuestra relación con la Santísima Trinidad. ¿Dónde estoy ahora? ¿hacia dónde voy? ¿con quién voy?
Recordando que uno de los pilares de nuestro movimiento es la perseverancia apostólica, nosotros como miembros deberíamos de sentirnos especialmente motivados a vigilar nuestra relación personal con Dios, y en medida de las posibilidades, invitar a nuestros hermanos fuera del movimiento a que hagan lo mismo buscando crecer en la fe, porque cuando hablamos del camino de la fe, de la esperanza y del amor, si no se avanza se retrocede, así que no podemos detenernos.
Hoy quiero compartirte algo que he venido reflexionando desde hace tiempo sobre la relación que es preciso tener con la Santísima Trinidad para mantenernos en el camino que nos lleva a ser santos.
Estar con el Padre
Si queremos llegar a la santidad debemos estar con el Padre, con nuestro Creador, que nos ha hecho a su imagen y semejanza, y que en su creación perfecta, como lo explica San Agustín "nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" por eso nos urge volver a Él. Antes de estar con el Padre, se requiere conocer al Padre y amar al Padre, saberse amado por Él y corresponder a ese infinito amor hasta donde sepamos hacerlo. Una vez habiendo amado al Padre, estar con Él implica tener intimidad con Él, buscarle, hablarle en la oración, procurarle en nuestro día a día, aprender a vivir con Él y por Él y para Él. Estar con el Padre es ser íntimo con Él, es poder decirle Abba (Papito) con la mayor confianza y ternura que hay en nuestro corazón.
Crecer con Cristo y en Cristo
Ya mencionaba que en una vida con Dios uno no se puede quedar en el mismo lugar, es necesario crecer si no se quiere retroceder. En el Evangelio de Juan, Jesús nos advierte "Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí" por eso es que si no tenemos a un Jesús activo en nuestra vida, no podremos dar verdadero fruto. Además, san Pablo nos invita no solo a que imitemos a Cristo, sino que realmente sea Cristo quien viva en nosotros "ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gal 2,20). Jesús es quien nos lleva al Padre, mientras más parecidos a Él seamos, más cerca del Padre estaremos y nuestra intimidad con Él será mayor.
¿Pero cómo ser como Jesús? Para eso esta el milagro de la Eucaristía. Si estamos hablando de nuestra relación con el Hijo, la Eucaristía tiene que ser parte de la ecuación. Cristo se quedó con nosotros en forma de pan, para que por medio del Santísimo Sacramento vivamos en común unión con Él. Comulgar con frecuencia nos une estrechamente a Jesús, nos convertimos en sagrarios, portadores de esa Luz que es Jesucristo. La Eucaristía nos da la fuerza para permanecer en gracia, mientras más nos acerquemos a la comunión, más sencillo nos resultará actuar como Jesús, puesto que lo llevamos dentro de nosotros. Busquemos amar tanto la Eucaristía que no podamos esperar toda una semana para tenerla, y así recibirla más seguido.
Animarse por el Espíritu Santo
El Espíritu Santo habita en nosotros desde el día de nuestro bautismo, ese día en el que morimos y nacemos de lo alto, pero a pesar de que siempre nos ha acompañado, no siempre le permitimos actuar. Dejarse ser animado por el Espíritu es dar espacio al Amor para que haga con nosotros lo que tenga que hacer. En ocasiones lo dejaremos actuar por uno o dos minutos, otras todo el día, o toda la semana; eso lo podemos trabajar con el tiempo, lo importante es darle esa primera entrada y cuidar que continúe siendo Él quien obre a través de nosotros.
Vale la pena añadir que para que dejemos actuar al Espíritu Santo se necesita la gracia, gracia que obtenemos por procurar los sacramentos, como la confesión y la Eucaristía, por lo que estar cerca de Cristo es estar cerca del Espíritu Santo. Y similar a estar con el Padre y tener intimidad con Él, para que nuestra relación con el Espíritu se acreciente nos toca conocerlo. Conocer cómo actúa en nosotros, los dones y carismas que nos ha regalado, en qué momentos se presenta con más intensidad y cómo reaccionamos a ellos. ¿Qué tan dóciles somos al Espíritu que habita en nosotros?
Unión con la Hija, Madre y Esposa
No podía faltar este último punto. Así como no se puede separar a la Santísima Trinidad, y tener una relación con alguna de sus partes es forzosamente tener una relación con el resto, no se puede estar con Jesús y no estar con su Madre. Me gusta ver a María como la aliada más perfecta de Dios. Es la hija más fiel del Padre, la llena de gracia, concebida sin pecado, la que se hizo su esclava por amor; buscarla a ella es buscar que nuestra fe sea como la suya. Es la madre del Hijo, que después también fue dada a nosotros, la Iglesia, como madre por su Hijo Jesucristo; orar con ella es pedir su intercesión. Es la esposa del Espíritu Santo, la relación tan íntima que tiene esta Mujer con el Espíritu sólo puede ser explicada con su título de Esposa, es la esposa del Amor mismo; pedirle a María que te enseñe a amar como ella es pedirle su corazón.
La mayor intercesora, la Reina del Cielo, siempre busca la manera de acercarse a nosotros. No tengamos miedo de abrazarla, de amarla, de pedirle; es nuestra Madre y esta feliz de que acudamos a ella en momentos de necesidad. Además, tenemos el consuelo de que “María es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús” -San Luis María de Monfort. Entonces, si queremos unirnos a la Santísima Trinidad, más vale unirnos a la Virgen María.
Esto es sólo algo de lo que yo he reflexionado, probablemente haya muchas más maneras de vivir el cariño de estas personas. Te invito a que el día de hoy, en tu oración, prestes atención a cómo esta tu relación con Dios y con María. Si escuchamos con cuidado lo que decimos mientras oramos, podemos darnos una idea de a quién necesitamos acercarnos más. Sin más que decir, nos quedamos en presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.